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jueves, 3 de abril de 2014

II. La verdad no necesita ser demostrada.



La desconfianza. Esa manía se convirtió en una costumbre. Esa costumbre que instauran algunas personas en sus vidas y que termina destruyéndolas. Las dudas, creadas por la desconfianza, es una enfermedad cruel. Lo más abrumador para ese ser desconfiado, es que su colocutor no se defienda. Cuando no se confía en la otra persona, se busca lo que no se ha perdido; se investiga lo que no necesita ser descubierto; se revisa hasta el fondo los bolsillos; se vigila hasta con binoculares; pero sobre todo, se argumenta cualquier cosa, para hacer aceptar que el comportamiento inapropiado del desconfiado, es justificado.

Así, como se buscó, se encontró; como se investigó, se descubrió. Así como se revisó, se comprobó; así como se vigiló, se percibió, que el resultado era siempre el mismo. Aunque el argumento de su teoría sea muy bien construido, como se dice que el orden de los factores no altera el producto, el resultado no cambiará nunca. Solo cambia si los valores de los factores son alterados.

Y mientras las investigaciones, descubrimientos, comprobaciones, percepciones, etc, etc, siguen su curso, el ‘colocutor’ espera. Porque, de qué va a defenderse? Y Por qué? Cuando se dice la verdad no hay nada que probar. Nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Quien quiere demostrar lo contrario, es quien tiene que aplicarse a la tarea de aportar las pruebas necesarias, de que la dicha verdad, no lo es. La verdad, dicen todos, siempre sale a flote.  La verdad, no necesita ser demostrada. Y.C.

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