La
desconfianza. Esa manía se convirtió en una costumbre. Esa costumbre que
instauran algunas personas en sus vidas y que termina destruyéndolas. Las
dudas, creadas por la desconfianza, es una enfermedad cruel. Lo más abrumador
para ese ser desconfiado, es que su colocutor no se defienda. Cuando no se
confía en la otra persona, se busca lo que no se ha perdido; se investiga lo
que no necesita ser descubierto; se revisa hasta el fondo los bolsillos; se
vigila hasta con binoculares; pero sobre todo, se argumenta cualquier cosa,
para hacer aceptar que el comportamiento inapropiado del desconfiado, es
justificado.
Así, como
se buscó, se encontró; como se investigó, se descubrió. Así como se revisó, se
comprobó; así como se vigiló, se percibió, que el resultado era siempre el
mismo. Aunque el argumento de su teoría sea muy bien construido, como se dice
que el orden de los factores no altera el producto, el resultado no cambiará
nunca. Solo cambia si los valores de los factores son alterados.
Y mientras
las investigaciones, descubrimientos, comprobaciones, percepciones, etc, etc,
siguen su curso, el ‘colocutor’ espera. Porque, de qué va a defenderse? Y Por
qué? Cuando se dice la verdad no hay nada que probar. Nadie es culpable hasta
que se demuestre lo contrario. Quien quiere demostrar lo contrario, es quien
tiene que aplicarse a la tarea de aportar las pruebas necesarias, de que la
dicha verdad, no lo es. La verdad, dicen todos, siempre sale a flote. La verdad, no necesita ser demostrada. Y.C.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Gracias // Merci.